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¿Está Trump haciendo a Oriente Medio “grande otra vez”?

Con Donald Trump, EE.UU. ha vuelto al intervencionismo militar clásico, al que se suma la incapacidad del presidente de comprender los retos estratégicos de la región
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pronuncia un discurso en Washington, Estados Unidos, el 25 de Abril de 2017 [Samuel Corum /Agencia Anadolu]

El presidente estadounidense Donald Trump ha vivido seis meses agitados en el cargo. Si sus propias hazañas internas no fueran suficiente para ocupar los titulares, su política en Oriente Medio lo compensaría. Al no despachar, contratar, reorganizar y reorganizar su personal, sus visitas oficiales a Arabia Saudí e Israel y las reuniones con delegaciones de Palestina, Jordania y Egipto le han permitido desarrollar su propia política exterior.

Irónicamente, antes de las elecciones, Trump referenciaba a menudo la región y a sus pueblos de manera negativa, como demuestra su petición de prohibir la entrada en Estados Unidos a todos los musulmanes, y su declaración en una entrevista en televisión de que “el Islam nos odia”.

Traspasando la retórica, la política de la administración de Trump en Oriente Medio parece errática, y ha sido muy criticada. Sólo el tiempo dirá si tal censura está justificada, o si está en juego una mayor estrategia estadounidense. Sin embargo, se puede decir que, por su parte, Trump se mantiene fiel a su premisa de “América primero”.

¿Arabia Saudí y Trump contra el mundo?

Trump era infame por sus duras declaraciones respecto a Arabia Saudí durante su campaña electoral. Entre acusar al país de ser responsable del 11S a promover la “ideología yihadista”, hizo críticas desenfrenadas. Sin embargo, no sólo eligió al Reino como el destino de su primera visita extranjera como presidente, sino que, a su llegada, aparecieron fotos suyas participando en la tradicional danza de espadas junto a oficiales saudíes.

Su discurso en la Cumbre Árabe Islámica Americana el día después no sólo contó con la ausencia de la retórica que antes había defendido, sino que, de hecho, abogó por todo lo contrario:

“No estamos aquí para dar conferencias – no estamos aquí para decirles a los demás cómo vivir, qué hacer, quién ser o a quién rendir culto.”

En cambio, enfatizó en que la lucha contra el terrorismo “trasciende cualquier otra consideración” y en la necesidad de los países árabes en particular de unirse y “echarles [a los terroristas]”; un mensaje alegremente recibido por los autócratas presentes, incluido el presidente egipcio Abdel Fattah Al-Sisi.

Trump también usó su discurso como una oportunidad para anunciar los acuerdos comerciales con Arabia Saudí, que suman casi 400.000 millones de dólares, prometiendo la creación de miles de puestos de trabajo en EEUU.

Leer: ¿Es Arabia Saudí realmente responsable del terrorismo global?

La confianza reforzada del Reino se demostró al regreso de Trump. Días después, aumentó su ofensiva en Yemen y rápidamente pasó a liderar un boicot diplomático con Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin contra Qatar, acusando al pequeño Estado del Golfo de apoyar al terrorismo. Qatar niega todas las acusaciones. 

Trump utilizó Twitter para encomiar la decisión de Arabia Saudí, expresando que espera que esto sea el “principio del fin” del terrorismo.

Sin embargo, los secretarios de Estado y Defensa de EEUU se esforzaron por limitar el daño diplomático causado, dado que Qatar es sede de la mayor base militar de Estados Unidos en Oriente Medio. La administración estadounidense se dividió rápidamente, cuando el departamento de Estado reprendió la decisión de Arabia Saudí y, desde entonces, han alabado los esfuerzos de Qatar en su lucha contra el terrorismo.

La alianza de Trump con los saudís causó el mes pasado otra división de su gabinete, cuando discrepó con el secretario de Estado Rex Tillerson al intentar retirarse del acuerdo nuclear de 2015 y establecer nuevas sanciones contra Irán. Cuando Teherán se acercó al organismo internacional que supervisa la aplicación del pacto, se vio obligado a renunciar a sus planes. Durante su viaje a Arabia Saudí, Trump dirigió muchas de sus críticas contra Irán, culpando a sus “ambiciones de ascenso” de la inestabilidad en la región. Por su parte, en la actual lucha por la dominación entre Irán y Arabia Saudí, parece haberse puesto del lado del segundo.

Leer: El arriesgado juego de Trump con Irán

El desempeño de Trump en el Golfo reveló hasta qué punto su propia ignorancia le ha llevado a desautorizarse a sí mismo y a los miembros de su gabinete. Pero es poco probable que las opiniones de Trump, que tan vehementemente expresó en el Reino, hayan cambiado. Es más probable que, volviendo a la política tradicionalista americana, Trump haya dejado a un lado sus quejas, en las condiciones de cooperación defensiva y comercial, contra Irán, al que considera una mayor amenaza.

 

‘Paz’ para Israel

Trump tenía una arrogante confianza en su enfoque del conflicto más largo de Oriente Medio, declarando en mayo que una solución “quizás no es tan complicada como la gente lleva pensando estos años”.

Parecía avanzar con su promesa de conversaciones de paz, enviando a iniciar el proceso a su asesor y yerno Jard Kushner, quien también es amigo de la familia del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Pero Kushner demostró su falta de experiencia y las conversaciones se desmoronaron rápidamente. El ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, inutilizó al enviado especial estadounidense para el proceso de paz, Jason Greenblatt, cuando le aconsejó no negociar la paz y, en cambio, ayudar a Israel a construir relaciones con otros países árabes. Mientras tanto, Tel Aviv seguía desarrollando su programa de asentamientos, a pesar de una petición débilmente redactada por Trump para detener su construcción.

Leer: Lo que los palestinos han sacado de la visita de Trump: nada

El mes pasado, Trump y Netanyahu revelaron su “acuerdo del siglo”: en él, como era de esperar, no existe ningún Estado palestino; las regiones que actualmente se encuentran bajo algún tipo de control palestino serían meramente entregadas a Egipto o Jordania. Esta semana, el plan se derrumbó aún más cuando se filtraron audios de Kushner dudando sobre si el conflicto puede solucionarse.

Como era de esperar, la presidencia de Trump ya les ha fallado a los palestinos. Su “intento” de lograr un acuerdo de paz parecía existir sólo por el bien de mantener su promesa de campaña, y la posición pro-Israel de algunos de sus oficiales más importantes ha empoderado a Israel. Aunque la seguridad de Israel siempre ha sido una de las principales prioridades de EEUU, Trump ha abandonado todo intento de mostrar algo de preocupación por el futuro de los palestinos.

Abandono de la oposición siria

Puede que el conflicto Israel-Palestina sea el más largo de la región, pero la guerra civil siria se ha convertido, sin duda, en el más complejo. Con al menos seis naciones diferentes intentando proteger sus intereses en la región, y con muchos otros factores en el terreno, nadie esperaba que Trump fuese capaz de resolver rápidamente la crisis.  

Sin embargo, lo que muchos no esperaban era que la administración de Trump redujera los fondos de la CIA para “moderar” a los grupos de la oposición siria con la intención de apaciguar a Rusia. Para muchos, esto fue una decisión catastrófica que sólo aumentaría el poder del Daesh.

Aunque a otros esta posición les parece diplomática, sensata incluso; Estados Unidos parece haber reconocido que apoyar a ciertos rebeldes estaba resultando infructuoso desde una perspectiva económica y política, ya que el armamento subsidiado cayó en las manos equivocadas y los grupos de la oposición no lograron alcanzar los objetivos estadounidenses. Como con Arabia Saudí, Trump priorizó la seguridad de un interés nacional geopolítico por encima de la oportunidad de, supuestamente, participar en la promoción de la democracia.

Regreso a la interferencia convencional de EEUU

Como con todo, Trump ha buceado, primero con tweets, dentro de las complejidades de las relaciones de Oriente Medio. Sin embargo, a pesar de su incapacidad para comprender las diversas dinámicas de la región, el consejo de su personal y, muchas veces, en qué bando debería estar; parece existir un factor distintivo entre Trump y los anteriores presidentes estadounidenses: la ausencia de retórica que promueva la democracia en Oriente Medio.

Desde que el ex presidente de EEUU George Bush pidió una “revolución democrática global” en 2003, la política americana ha hecho referencia a la necesidad de exportar estos principios a la región. Aunque la historia demuestra que su intervención, a menudo como una invasión armada, nunca ha tenido éxito; Estados Unidos necesita justificar su interferencia mediante la promoción de la democracia para mantener su imagen como líder del mundo libre. Trump, incapaz de pensar en Estados Unidos como otra cosa que no sea la “tierra de la libertad”, no se preocupa por esto y, como prometió en su campaña electoral, quiere poner en primer lugar los intereses estadounidenses.

Trump no tiene miedo de alinearse con dictadores, sin importarle el impacto en los pueblos de la región, por el bien de los negocios y la seguridad. Para algunos de los que han abandonado la esperanza de lograr la democracia en Oriente Medio, esta es la estrategia correcta; para otros, parece una hipocresía lamentable que los principios tan valorados en su país sean ignorados en el extranjero. Este enfoque no es nuevo, ha sido utilizado constantemente en la historia de EEUU, también con Obama; Trump es, simplemente, más directo al respecto. Su enfoque ya no consiste en reprender a sus aliados por sus fracasos políticos internos, sino unificando únicamente amenazas comunes.

La desordenada política exterior de Trump podría ser resultado de la pura ignorancia, o puede que tenga cierta racionalidad que acabará por surgir. Sin embargo, aunque la injerencia del nuevo presidente parezca llevar más caos a la región, supone un cambio para que la interferencia estadounidense no se justifique como un camino hacia la paz.

 

 

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