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Recordando la revolución iraní de 1979

El ayatolá Ruhollah Jomeini regresa a Irán tras 15 años de exilio, lo que supuso el inicio de la revolución iraní.

El 1 de febrero de 1979, el vuelo 4721 de Air France aterrizó en el aeropuerto internacional de Mehrabad, en Teherán, a las 9:27 horas. A bordo iban 120 periodistas internacionales y el ayatolá Ruhollah Jomeini. Jomeini había estado exiliado por el régimen del sah durante 15 años, primero en Turquía, Irak y luego en Francia. Su regreso fue provocado por la decisión del Sah Mohammad Reza Pahlavi de huir de Irán el 16 de enero de 1979, en respuesta a la agitación popular en las calles y a las exigencias de los manifestantes de que dimitiera. El regreso de Jomeini se consideró una señal del éxito de la revolución, de la que posteriormente se convirtió en líder.

Qué: Jomeini regresa a Irán tras 15 años de exilio, marcando el inicio de la revolución iraní.

Dónde: Teherán, Irán

Cuándo: 1 de febrero de 1979

Contexto

A lo largo de los siglos XIX y XX, Irán se esforzó por conciliar la pérdida de soberanía territorial, la modernización, el constitucionalismo, la democracia y el autoritarismo. En respuesta a la colonización europea de los países vecinos, a la invasión extranjera en Irán y a la guerra ruso-japonesa de 1905, se desarrolló en Irán una revolución social e intelectual llamada revolución constitucional (1905-1911). El movimiento exigía una democracia parlamentaria, el fin de los poderes arbitrarios y autoritarios del aah (rey) y una amplia gama de reformas sociales. El movimiento tuvo un éxito dispar, pero normalizó las tendencias modernizadoras y democratizadoras dentro de Irán.

Durante la Primera Guerra Mundial, las tropas británicas se estacionaron en Irán para proteger los yacimientos petrolíferos del país y evitar que Alemania y su aliado otomano se hicieran con el país. Tras la revolución rusa de 1917, Irán se convirtió en un trampolín para que el ejército británico lanzara ataques en Rusia contra los revolucionarios comunistas. El temor a que Irán fuera el próximo objetivo de una revolución comunista -con ayuda de Rusia- llevó a los británicos a apoyar un golpe de estado contra el sah de 11 años en 1921, derrocando a la dinastía Qajar.

Irán no tendría otro rey hasta 1925, cuando los británicos convencieron a Reza Khan -jefe del ejército iraní y líder del golpe de 1921- para que se declarara sah de Irán. Reza Khan consiguió el apoyo del parlamento y fundó la dinastía Pahlavi; gobernó Irán con mano de hierro y respondió a cualquier protesta o descontento con la fuerza bruta. Sin embargo, su gobierno llegó a su fin en 1941, cuando Gran Bretaña y la Unión Soviética invadieron Irán por temor a que el gobierno iraní se pusiera del lado de la Alemania nazi. Su hijo Mohamed Reza fue instalado como nuevo sah.

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A pesar de la instalación de un nuevo sah, Irán seguía siendo un problema para el gobierno británico. British Petroleum (BP) controlaba el acceso a los yacimientos petrolíferos iraníes, pero en 1951 Mohammad Mossadegh ganó las elecciones generales y se convirtió en primer ministro de Irán. Prometió nacionalizar los yacimientos petrolíferos iraníes y quitarles el control a los británicos, lo que asustó al gobierno del Reino Unido. El Reino Unido se dirigió entonces a Estados Unidos y le pidió ayuda para instigar un golpe de Estado que derrocara a Mossadegh. Estados Unidos aceptó y, con la ayuda del sah, intentó detener a Mossadegh en 1953.

El golpe inicial fracasó y el sah huyó de Irán, pero sus partidarios no tardaron en hacerse con el control de las calles; Mossadegh fue detenido y el sah regresó. Al retomar el control, se produjo una oleada masiva de represión, con muchos miles de sospechosos de ser enemigos del régimen que fueron detenidos y torturados. Al tiempo que se volvía más autocrático, el sah promulgó un programa de modernización que incluía la modificación de la condición de la mujer, la construcción de infraestructuras y otros proyectos. El sah también gastaba grandes cantidades de dinero del Estado en gratificaciones personales: en 1971 celebró un festival para honrar los 2.500 años de monarquía en Irán, que se calcula que costó 22 millones de dólares.

Las críticas a su gobierno continuaron creciendo en la década de 1970 y la policía secreta del sah respondía a cualquier crítica con detenciones y torturas. En 1975, el sah prohibió todos los partidos políticos y creó el suyo propio para gobernar el país; Irán siguió siendo un estado de partido único hasta la revolución de 1979. Aunque Irán poseía una gran riqueza gracias a sus ingresos petrolíferos, la brecha entre ricos y pobres aumentó enormemente durante el último periodo del gobierno del sah, mientras que la desigualdad económica se agravó por la decisión del gobierno de aplicar la austeridad.

El sah se hizo aún más impopular cuando, en 1976, decidió sustituir el calendario islámico Hijra (lunar) -que Irán había seguido durante siglos- por un nuevo calendario imperial. Los iraníes se acostaron con el año islámico de 1355 y se despertaron al día siguiente con el año 2535 del nuevo calendario imperial persa. Todo esto alejó al sah de su pueblo y provocó que el descontento creciera aún más.

La revolución

En 1978 el descontento se convirtió en protestas. En enero, miembros del aparato de seguridad del sah publicaron artículos en los periódicos iraníes en los que se calificaba a Jomeini -que estaba ganando popularidad en ese momento- de agente británico y parte de una conspiración antiiraní. Esto enfureció a los estudiantes de los seminarios religiosos de Qom, ciudad situada al sur de la capital iraní, Teherán, que salieron a la calle y se enfrentaron a la policía. En estos enfrentamientos murieron varias personas. Las muertes echaron más leña al fuego; en febrero, a través de una red de bazares y mezquitas, los mensajes de Jomeini se extendieron por todo el país. Las protestas empezaron a estallar en todas las ciudades iraníes y, en marzo, 55 ciudades iraníes se vieron sacudidas por protestas, disturbios y desórdenes.

Con la llegada del verano, las protestas parecían apagarse y muchos pensaban que habían llegado a su fin. Sin embargo, todo cambió el 19 de agosto, cuando unos pirómanos atacaron un cine en Abadán, cerca de la frontera suroeste de Irán con Irak. El número de muertos sigue siendo desconocido, pero finalmente se culpó al régimen del sah y el movimiento de protesta volvió a florecer. El 4 de septiembre, cuando el mes sagrado musulmán del Ramadán llegaba a su fin, el gobierno del sah levantó las restricciones a las reuniones públicas para permitir a la gente celebrar el Eid y rezar en público. Las reuniones de oración pronto se convirtieron en protestas y fueron las más grandes que Irán había visto durante este periodo.

Pocos días después, el sah declaró la ley marcial y se desplegaron tropas en las plazas públicas para sofocar las protestas; los soldados abrieron fuego y murieron entre 64 y 89 personas. La reacción a la masacre -que se conoció como el Viernes Negro- provocó más protestas y huelgas en todo el país. Irán se paralizó y el sah no pudo hacer mucho para calmar la situación. Intentó reformas políticas, liberar a los presos e incluso abrazar a los manifestantes, pero fue en vano.

Al llegar 1979, quedó claro que el sah no sólo había perdido el control, sino que no tenía perspectivas de recuperar su autoridad. El 16 de enero el sah abandonó formalmente Irán y su gobierno llegó a su fin. El 1 de febrero, Jomeini llegó desde París (Francia) y, en pocos días, el ejército iraní se declaró neutral.

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Las secuelas

Las secuelas de estos acontecimientos trajeron el caos post-revolucionario, ya que diferentes facciones lucharon por el control de la dirección futura de Irán. El 1 de abril de 1979, los iraníes votaron para convertirse en una República Islámica en un referéndum nacional. No todos estaban contentos con el nuevo gobierno y se produjeron levantamientos y protestas de diferentes facciones. Mientras la agitación amenazaba la viabilidad del nuevo Estado, Irak invadió Irán el 22 de septiembre de 1980, con la esperanza de aprovechar el caos y establecerse como potencia regional. La invasión dio lugar a una sangrienta guerra de ocho años, que irónicamente permitió a la República Islámica aplastar a sus opositores internos. El legado de la revolución sigue teniendo repercusiones hasta hoy, y ha marcado profundamente la política de Oriente Medio.

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Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.

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