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Una refugiada siria superviviente a una violación convierte el dolor en poder

Sarah posa para una foto en el Valle de Bekaa, Líbano, el 23 de Mayo de 2017 [Heba Kanso / Reuters]

 

A lo largo de cuatro años, Sarah ha estado dando vueltas por su comunidad en el valle de Bekaa, en el este de Líbano, hablando con otras refugiadas sirias que han sido víctimas de violencia sexual, apoyándolas e informándoles acerca de los servicios de asistencia locales.

Sus consejos son sentidos –pues ella misma ha sido violada en dos ocasiones– pero Sarah, como muchas otras mujeres, mantuvo dichos ataques en secreto.

A pesar de que las agencias humanitarias han advertido que miles de refugiadas de los campos de refugiados o en búsqueda de asilo viven en constante miedo a la violencia, y también a las violaciones, muchas víctimas están demasiado traumatizadas para hablar, por lo que mujeres como Sarah están siendo entrenadas para intervenir y dar su apoyo.

Sarah, de 34 años, narra un día del primer año de la guerra civil siria cuando tuvo que huir de Homs, dejando atrás el apartamento en el que vivía con su marido y sus cuatro hijos, para buscar refugio en un sótano junto a sus dos hijas, de once y tres años, y a otras 20 mujeres.

Pero con las primeras luces del día, tras una noche de intensos combates, una docena de hombres armados irrumpieron en su refugio, ordenando a las mujeres que se quitaran la ropa y se pusieran en fila.

“Por favor mamá, quítate la ropa, por el amor de Dios”, le dijo su hija de once años ante el temor a que las mataran a todas.

Su hija empezó a desnudarse, pero Sarah la detuvo.

“Me quité la ropa y entonces llegó mi turno”, dice Sarah con lágrimas en los ojos, describiendo la primera vez que fue violada.

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Homs, por aquel entonces era la tercera ciudad más grande de Siria, y fue uno de los primeros centros urbanos en alzarse contra el presidente Bashar Al-Assad en 2011, antes que las revueltas se tornaran en una cruenta guerra civil que ya ha segado las vidas de más de 465.000 personas y desplazado a 11 millones de sus hogares.

Sarah –nombre ficticio, cambiado por razones de seguridad– describe como en medio del ataque, un estruendo distrajo a los hombres, que salieron fuera del sótano, permitiendo a las mujeres escapar.

Sarah consiguió encontrar a su marido y a sus dos hijos varones y toda la familia huyó atravesando zonas de combate. Desgraciadamente, una bala impactó en el cráneo de uno de sus hijos, acabando inmediatamente con su vida.

“Sostuve su mano entre las mías. Mi marido me dijo que lo dejara...y Allí lo dejé, y eché a correr. Seguí mirando atrás, pero debía huir de inmediato”, narra Sarah. Un mes después su familia abandonaba el país.

La que fuera propietaria de una tienda de ropa llegó al Líbano con la esperanza de encontrar un lugar seguro para vivir, pero poco después de trasladarse al valle de Bekaa fue violada de nuevo.

Esta vez el atacante fue un libanés que llegó a su puerta ofreciendo servicios financieros cuando estaba sola en casa –un almacén que compartían con otras familias– y que entró a la fuerza.

“Cuando terminó comenzó a escupirme, diciéndome 'Las sirias sois unas fáciles'”, dice Sarah, destrozada por haber sido violada en dos ocasiones.

“Al principio, quería acabar con mi vida, cortarme las venas”, dice. Pero sabía que debía permanecer fuerte por sus hijos.

Sarah no le dijo a nadie que había sido violada, ni siquiera a su marido, temiendo que la culpara o que incluso la matara para limpiar el honor familiar –lo que comúnmente se conoce como crimen de honor–.

Vivió en silencio acerca de tres meses, pero entonces pidió ayuda a una ONG para que la aconsejara y en cierto momento la formaron en cómo hablar con supervivientes como ella.

Roula Masri, directora de proyectos en Abaad, un centro de estudios de género de Beirut, afirma que hay muchas causas por las que las mujeres no informan de han sido violadas o de que han sufrido violencia sexual, desde los crímenes de honor hasta vergüenza.

Abaad registró 861 ataques sexuales el año pasado, en el Líbano, basándose solo en informes de la policía. No obstante, las activistas temen que el número sea mucho mayor, con miles de refugiadas vulnerables a ataques semejantes distribuidas por todo el país.

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Masri afirma que Abaad cuenta ahora con alrededor de una docena de mujeres que, como Sarah, trabajan de manera voluntaria, y cree que ello supone un mayor impacto de las campañas de apoyo, al ser llevadas a cabo por mujeres que han pasado por el mismo conflicto

Sarah dice que las refugiadas con las que ha hablado, y que también han sufrido agresiones sexuales, la escuchan atentamente cuando les anima a ser fuertes y a no sentirse culpables.

Además de dar apoyo personalizado, Sarah les da información acerca de diferentes grupos similares a Abaad, que proveen de servicios tales como refugios seguros y asesoramiento adicional. “Nuestro objetivo último es el de que las mujeres no sólo sobrevivan a la violencia y sigan con sus vidas, sino que además movilicen sus fuerzas para atacar de frente la violencia contra las mujeres”, dice Masri.

Sarah dice que ha permanecido en contacto con muchas de las mujeres a las que ha ayudado, que la consideran un modelo a seguir, y que sin su fuerza seguramente hubieran acabado con sus propias vidas.

Personalmente, considera difícil de creer que haya superado su dolor ayudando a otras personas, pero no tiene intenciones de dejarlo.

“Me siento como si hubiera hecho algo muy bueno y tuviera que transmitir el mensaje a toda mujer que lo necesite”, sentencia Sarah.

 

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