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Israel nunca ha tenido una democracia, ¿cómo puede perderla?

Israelíes se reúnen frente al edificio del Parlamento para celebrar una manifestación contra los planes de reforma judicial en Jerusalén [Mostafa Alkharouf - Anadolu Agency].

¿Qué debemos pensar de las advertencias diarias sobre el peligro que corre la democracia en Israel? El fin de semana fue el embajador de Estados Unidos en Israel, Tom Nides, quien dio la voz de alarma. "Lo que une a Estados Unidos e Israel es el amor a la democracia y a las instituciones democráticas", dijo Nides al tiempo que pedía al gobierno de extrema derecha dirigido por el primer ministro Benjamín Netanyahu que retrasara su proyecto de ley para revisar el sistema judicial. "Esto es lo que nos hace defender a Israel una y otra vez". Hablaba un día antes de que la Knesset -el parlamento israelí- aprobara el proyecto de ley en primera lectura en la madrugada del lunes, con 63 diputados a favor, una mayoría simple en la cámara de 120 escaños.

Nides se une a una larga lista de personas y miles de manifestantes que advierten de la muerte de la democracia en Israel. Entre ellos están los ex fiscales generales y ex fiscales del Estado de Israel, que publicaron una carta en la que advertían de que la propuesta de Netanyahu pone en peligro los esfuerzos por "preservar Israel como Estado judío y democrático". Quizá los comentarios más alarmantes fueron los del profesor Daniel Blatman, del Instituto de Judaísmo Contemporáneo de la Universidad Hebrea, quien afirmó que el fascismo "ya está ahí" en Israel. Organizaciones judías liberales de ambos lados del Atlántico también han expresado su preocupación por el plan de "reformas" judiciales del gobierno.

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La votación sobre la polémica legislación se ha descrito como "una batalla sobre la esencia de Israel". Los proyectos de ley presentados modificarán las "leyes básicas" de Israel, que son el equivalente jurídico a una constitución. Los cambios otorgarán a los legisladores el control sobre los nombramientos judiciales, eliminarán la revisión judicial de la legislación y permitirán al parlamento votar en contra de las decisiones del Tribunal Supremo. En la práctica, esto significa que el régimen de extrema derecha más extremo de la historia de Israel controlará el poder judicial en un grado extraordinario. En el sistema político israelí, donde el gobierno siempre goza de mayoría, una reforma de este tipo elimina la independencia de los tres poderes principales de un sistema democrático: el legislativo, el ejecutivo y el judicial.

La votación de ayer desencadenó nuevas advertencias sobre la amenaza a la democracia. "Miembros de la coalición: la historia os juzgará por esta noche", dijo en Twitter el líder de la oposición, Yair Lapid. "Por el daño a la democracia, por el daño a la economía, por el daño a la seguridad, por el hecho de que estáis destrozando al pueblo de Israel y simplemente no os importa".

Resulta tentador considerar este tipo de reforma judicial en Israel como un ejemplo más del retroceso de la democracia en todo el mundo. Además, a personas como Lapid, Nides e innumerables otros críticos con el gobierno israelí nada les gustaría más que el resto del mundo creyera que el ataque a la democracia por parte del gobierno de Netanyahu no es más que una aberración. Para probar su afirmación, pueden incluso citar el informe del año pasado de The Global State of Democracy, según el cual la mitad de los gobiernos democráticos de todo el mundo están en declive, mientras que los regímenes autoritarios profundizan su represión. Aunque quizás haya algo de verdad en esta afirmación, ignora por completo la tensión histórica entre democracia y sionismo en el corazón de la política israelí.

Para millones de palestinos y muchos más que están familiarizados con la naturaleza de la actual limpieza étnica de Israel y la apropiación de la tierra de Palestina, la advertencia y la indignación por el asedio a la democracia de una facción de extrema derecha en la Knesset es desconcertante. A sus ojos, Israel está lejos de ser una democracia. Un principio básico de la democracia es la idea de que el Estado pertenece a todos sus ciudadanos. Sin embargo, Israel se autoproclama "Estado nación del pueblo judío". Esto tiene profundas implicaciones. Significa que un judío que viva en cualquier parte del mundo sin ningún tipo de conexión con Israel tiene más derecho a la tierra que los ciudadanos no judíos del Estado de ocupación, que constituyen el 20% de la población. Al degradar la ciudadanía en favor de un grupo étnico específico, Israel socava un principio fundamental de la democracia y codifica la discriminación en sus leyes básicas.

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Mientras que el 20% de los ciudadanos israelíes sufren diversas formas de discriminación institucionalizada, el trato que el Estado del apartheid dispensa a los no judíos en Cisjordania y Gaza ocupadas está tan lejos de ser democrático como lo estaba el régimen de supremacía blanca del apartheid en Sudáfrica. El gobierno de Pretoria estableció diez "bantustanes" para albergar a grupos étnicamente homogéneos. El objetivo era establecer Estados nacionales autónomos para las comunidades negras de Sudáfrica, pero nadie se hacía ilusiones de que aquello no formara parte del sistema del apartheid. Israel, por cierto, mantuvo una relación muy estrecha con el régimen del apartheid en Sudáfrica.

Hoy, Israel ha creado autoridades "autónomas" dentro de los territorios palestinos ocupados. Casi todos los políticos israelíes, incluidos los que se lamentan de la muerte de la democracia en el Estado de ocupación, apoyan plenamente este acuerdo que durante décadas ha encerrado a los palestinos en diversas zonas de sometimiento y control. No hay nada que sugiera que a los siete millones de palestinos gobernados por Israel se les concederán nunca los mismos derechos que a los siete millones de judíos que también viven en la Palestina histórica.

Los palestinos no creen que Israel sea una democracia. Tampoco creen que el Tribunal Supremo israelí corra peligro de perder su independencia si las reformas de Netanyahu superan su segunda y tercera lecturas, lo que es probable. La sencilla razón es que el Tribunal nunca ha hecho gala de independencia alguna. Los jueces israelíes han aprobado casi todas las políticas y leyes destinadas a preservar y mantener el sistema de apartheid y la supremacía judía en la Palestina ocupada. Por eso los palestinos saben mejor que nadie que la idea de una "democracia judía" es un oxímoron.

También han descubierto que cada gobierno israelí elegirá el ideal sionista de la supremacía judía por encima de la democracia; la discriminación racial y racista por encima de la igualdad. El "Estado judío" no tiene ninguna democracia que perder.

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Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.

 

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