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De una democracia sin Ennahda a una dictadura sin oposición

El presidente tunecino Kais Saied en Túnez, el 25 de diciembre de 2019 [FETHI BELAID/AFP/Getty Images]

La ambición última de quienes apoyaron el golpe de Estado en Túnez la noche de la presentación del presidente Kais Saied a su "gran pueblo", cuando cientos de coches en los barrios de lujo de la capital recorrían las calles de la ciudad, era librarse del movimiento Ennahda, al que no pudieron derrotar democráticamente en las urnas. Lo máximo que consiguieron fue debilitarlo, hasta que perdió casi dos tercios de sus reservas electorales en menos de una década. Podrían haberlo eliminado con las urnas, como hicieron los marroquíes cuando expulsaron al Partido de la Justicia y el Desarrollo tras una década de gobierno, haciendo que este partido de orientación islámica descendiera hasta cerca del 30% de los votos del electorado. Sin embargo, la situación tunecina es diferente, dada la presencia de una oposición de izquierdas generalmente antidemocrática (con excepciones). El conflicto se ha visto ensombrecido y flotado por numerosos acuerdos, así como por el aplazamiento de la resolución de las diferencias políticas fundamentales en nombre del objetivo común nacional y de la preservación de "la nave", para que no se hunda durante las sucesivas crisis de la década de transición.

Todos acudieron a las urnas más de cinco veces, con la esperanza de obtener más o menos escaños en el parlamento y los ayuntamientos, y confiaron en invertir el equilibrio de poder en caso de pérdida, implicando a los gobernantes y contando con ellos con reivindicaciones inútiles. Esta oposición perturbó y paralizó las instalaciones vitales del país, con la esperanza de derribar a su oponente para que las cosas le vinieran dadas, y así poder obtener posteriormente el control. Sin embargo, no pudo hacerlo, y los gobernantes siguieron en sus puestos sin la participación de la oposición radical de izquierda, por lo que Ennahda y sus aliados, Nidaa Tounes, etc., siguieron llevando el timón del Estado hasta el golpe de Estado. Durante esta década, la oposición fabricó rivalidades y se aprovechó de los errores. Sin embargo, la izquierda siguió retrocediendo, y sólo fue capaz de promover un diputado en el parlamento que Saied había disuelto.

Cuando se produjo el golpe de Estado, la oposición no dudó, desde el primer momento, en apoyarlo, y después le reprochó que no fuera a sus aspiraciones más duras y extremas: desmantelar Ennahda y encarcelar a sus dirigentes. Esta oposición estaba dispuesta a renunciar a algunos de los requisitos de la democracia, con tal de deshacerse del movimiento, ya que una democracia sin Ennahda es posible. Unas simples enmiendas a la ley de partidos políticos, junto con la exageración de los medios de comunicación sobre los errores que podría haber cometido Ennahda, son suficientes para hacer de Túnez una democracia sin Islam político. Esta teoría puede resultar legítima en un país en el que la oposición parece dispuesta a ser socia del presidente Kais Saied si éste se lo pide. Se convirtió en un aliado subjetivo u objetivo del proyecto de Kais Saied, basado en el populismo autoritario, y aspiró a ser socio de Kais Saied en algunos componentes de su proyecto, que pretende deshacerse del movimiento Ennahda.

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Había varios escenarios: el desmantelamiento legal del movimiento, arrastrarlo a las batallas de seguridad y desgaste judicial, distorsionarlo en los medios de comunicación, etc. Sin embargo, parece que la opción del desmantelamiento legal se ha pospuesto. Por ello, muchos de los partidarios del Presidente, desde la Autoridad de Movilización Popular, incluidos sus numerosos nombres, o desde los partidos de izquierda que le apoyaron, le reprochan sus vacilaciones y temblores. Oímos a algunos de ellos aplaudir al Presidente y gritar: "Reciba su golpe, señor Presidente". Algunos de la izquierda se apresuraron a ocupar puestos de responsabilidad en los medios de comunicación o en algunos organismos bajo diversas banderas, mientras que los expertos y asesores siguen instando al Presidente a no conformarse con sus medidas que no logran los objetivos de la batalla con Ennahda, que son una victoria aplastante y clara que llevará a la desaparición política del movimiento.

Por muchas razones, tanto internas como externas, los acontecimientos posteriores transformaron los objetivos de Kais Saied en la reorganización de sus mecanismos: la toma del control de todas las autoridades, la imposición de su influencia absoluta y el desmantelamiento de todo lo acumulado por la experiencia de la transición democrática, incluidas las ideas, los principios y las instituciones. Después de casi ocho meses, el presidente disolvió varias instituciones que Túnez construyó durante la década de transición democrática: el Parlamento, el Consejo Judicial Supremo, la Comisión Nacional Anticorrupción, la Alta Autoridad Electoral Independiente y, próximamente, podría disolver partidos y asociaciones, entre otras cosas.

A pesar de ligeros cambios en las posiciones de algunos de estos partidos, a la mayoría les gustan las prácticas del Presidente, que crecen día a día en el desmantelamiento de las instituciones de la experiencia democrática. No cabe duda de que se apresurarán a acudir a las primeras elecciones que se celebren, aunque éstas carezcan de las normas mínimas de transparencia e integridad. El artículo 70 de la Constitución, que será utilizado por el avance populista, estipula el impedimento de cualquier modificación de la ley electoral durante la legislatura. Los partidarios de Saied, en particular la oportunista oposición de izquierdas, están dispuestos a sacrificar la democracia a cambio de la completa desaparición del movimiento Ennahda de la escena política. Saied necesitará a estas personas para que le allanen el camino para disolver la Alta Autoridad Independiente para las Elecciones mediante un decreto presidencial y sustituirla por otra en la que el presidente, de una forma u otra, nombre a sus miembros, con una inmunidad especial. Es el comienzo de la instauración de una dictadura que Ben Ali no había soñado. De una democracia sin Ennahda a una dictadura sin partidos, el presidente se adentra en un camino que parece vacío, pero que conduce a callejones y cuestas empinadas, que no podrá superar por mucho tiempo.

Este artículo apareció por primera vez en árabe en Al-Araby Al-Jadeed el 25 de abril de 2022

Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de oriente.

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Mehdi Mabrouk fue ,inistro de Cultura de Túnez entre 2012 y 2013. Es profesor universitario y activista político, y ha publicado varios libros y artículos en árabe y francés. Fue miembro de la Autoridad Superior para el Logro de los Objetivos de la Revolución, Justicia Transicional y Transición Democrática, que gestionó la transición de Túnez a las elecciones democráticas de 2011.

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