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A Estados Unidos no le importan los musulmanes de China: El boicot a los Juegos Olímpicos tiene que ver con la competencia mundial

Una instalación iluminada de la mascota de los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín 2022, Bing Dwen Dwen, y de los Juegos Paralímpicos de Invierno, Shuey Rhon Rhon, aparece en el eje central de Pekín el 22 de enero de 2022 en Pekín, China. Los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín 2022 se inaugurarán el 4 de febrero [Lintao Zhang/Getty Images].

El boicot diplomático a los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno de Pekín puede pasar a la historia como el inicio oficial de la guerra fría entre Estados Unidos, un puñado de sus aliados y China. Sin embargo, la estrategia estadounidense de utilizar el boicot para presionar a Pekín en nombre de los "derechos humanos" puede resultar costosa en el futuro.

El 6 de diciembre, Washington declaró que no enviaría ninguna representación diplomática a los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022 en Pekín. En los días siguientes, el Reino Unido, Canadá y Australia siguieron su ejemplo.

La línea oficial estadounidense afirma que los diplomáticos estadounidenses no participarán en el evento en protesta por los "abusos de los derechos humanos... en Xinjiang". Esa afirmación puede refutarse fácilmente con sólo recordar que Estados Unidos participó en los Juegos Olímpicos de verano de Pekín 2008.

Entonces, las reclamaciones de violaciones de los derechos humanos en China apenas eran una prioridad para los estadounidenses, por una sola razón: la próspera economía china era la última línea de defensa que salvaba a la economía mundial del colapso total, resultado a su vez de la grave mala gestión de la economía estadounidense y de las malas prácticas de las mayores instituciones bancarias de Estados Unidos.

"Desde el inicio de la crisis financiera mundial en 2008, un país más que cualquier otro ha proporcionado el 'trabajo pesado' para apoyar el crecimiento económico mundial", escribió Stephen King en el Financial Times en agosto de 2015.

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Las cosas han cambiado significativamente desde entonces. China emergió como una potencia económica global, que está reemplazando cada vez más a Estados Unidos y sus aliados en el escenario mundial. Desesperado por recuperarse de sus problemas económicos -agravados por un gasto militar sin freno en guerras aparentemente interminables-, EE.UU. ha estado librando otro tipo de guerra contra China. Esta guerra económica, que comenzó bajo la administración de Barack Obama en 2012, y se aceleró bajo la administración de Donald Trump, continúa bajo la administración de Joe Biden.

Sin embargo, obligar a un país del tamaño de China a comprometer su crecimiento económico simplemente para permitir que Washington mantenga su dominio global es más fácil de decir que de hacer. Además, es totalmente injusto.

Utilizar un boicot deportivo para hacer ver que Washington todavía tiene muchas opciones ha resultado en realidad lo contrario. Sólo otros tres países han aceptado unirse al boicot diplomático estadounidense, un número insignificante si se compara con los veinte países africanos que se abstuvieron de participar en los Juegos de Verano de Montreal de 1976 en protesta por la participación neozelandesa. Esta última fue criticada por convalidar el régimen del apartheid sudafricano cuando su equipo de rugby realizó una gira por Sudáfrica ese mismo año.

Anteriormente, en los Juegos Olímpicos de México 1968, 38 países se habían negado a participar en protesta por la admisión de Sudáfrica en las Olimpiadas. A pesar de la decisión inicial del Comité Olímpico Internacional (COI) de permitir la participación sudafricana, la presión internacional liderada por las naciones africanas logró la expulsión del país del apartheid, que quedó excluido del evento internacional hasta su readmisión en 1992.

Estados Unidos y tres de sus aliados quieren hacernos creer que su boicot diplomático está motivado por principios, concretamente, aunque no exclusivamente, en defensa de los musulmanes uigures de China. Si ese fuera el caso, ¿qué hay que pensar de las guerras dirigidas por Estados Unidos contra los países musulmanes durante las dos últimas décadas? ¿Qué tipo de normas de derechos humanos aplicó Washington cuando emprendió la guerra contra Afganistán en 2001 e invadió Irak en 2003? De manera reveladora e irónica, los mismos tres países -el Reino Unido, Canadá y Australia- participaron activamente en las desventuras militares de Estados Unidos que se han cobrado innumerables vidas musulmanas y han destruido países enteros.

El hecho de que sólo otros tres países se hayan adherido al llamamiento estadounidense al boicot diplomático ilustra también el debilitamiento del control de Washington sobre los asuntos internacionales. Cabe mencionar que la Unión Europea se ha negado a unirse a Estados Unidos en su última intriga de política exterior.

Por su parte, China criticó la postura de Washington, afirmando con razón, en palabras de su portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Zhao Lijian, que el boicot está motivado por "prejuicios ideológicos y se basa en mentiras y rumores".

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Históricamente, los eventos deportivos internacionales se han politizado de dos maneras diferentes: En primer lugar, los boicots de carácter moral basados en una agenda ética, como el boicot al apartheid sudafricano, etc.; y en segundo lugar, los boicots puramente políticos que se instituyen para servir a una agenda política o para aislar a los países anfitriones como forma de presión económica. Un ejemplo de esto último fue el boicot liderado por Estados Unidos a los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980, por el que la Unión Soviética y sus aliados tomaron represalias boicoteando los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984.

El boicot diplomático estadounidense a los próximos Juegos Olímpicos de China es un ejemplo de boicot por motivos políticos. El hecho de que sólo sea un boicot diplomático, en lugar de un boicot total, se debe probablemente al temor de Washington de que un boicot total sólo serviría para ilustrar su propio aislamiento en la escena internacional.

Teniendo en cuenta las divisiones globales existentes y la necesidad de unidad internacional para afrontar crisis colectivas -como la del medio ambiente, las pandemias mortales, entre otras-, volver a entrar en una nueva guerra fría no servirá de nada, aparte de perjudicar a millones de personas en todo el mundo sin que tengan culpa alguna. Lo que se necesita es el diálogo, uno que tenga como objetivo proporcionar oportunidades equitativas para que todas las naciones crezcan y prosperen.

Dicho esto, la era de la hegemonía mundial está llegando a su fin y ningún boicot o guerra comercial de interés propio alterará este hecho inevitable.

Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.

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