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Desafíos para el Consejo de Cooperación del Golfo en tiempos de pandemia

Golfo Pérsico

Las monarquías petroleras árabes del Golfo Pérsico afrontan la pandemia con algunas peculiaridades que merecen un análisis pormenorizado. Decir qué el covid-19 está obligando a los países a tomar medidas drásticas y que tal parece, nada será igual cuando esta crisis sanitaria termine, es llover sobre mojado. Los países que integran el Consejo de Cooperación del Golfo se encuentran, a la sazón, entre los más ricos del mundo. El bloque muestra un PBI per cápita de casi 25.000€. La Unión Europea percibe un PBI per cápita de 32.016€ mientras que la Unión de Naciones Suramericana (UNASUR) apenas alcanza los 7.100. De hecho, Kuwait comparte cifras con Italia, su PBI per cápita es de 28.784€ y Emiratos Árabes Unidos se asemeja a Francia con 36.414€ (datos 2019).

No obstante, no escapan al impacto económico del coronavirus y por ello, es factible qué los gobiernos de dichos países deban revisar a la baja sus previsiones de crecimiento y ambiciosos proyectos de desarrollo económico y social, como la muy publicitada “Visión 2030” del reino de Arabia Saudí.

La ralentización de la economía mundial por el parón provocado por el covid-19, sumado a la caída del precio del petróleo, que sigue siendo el principal producto de exportación de estos países, impacta directamente en los presupuestos de Estado. Tras el reciente tira y afloja entre Arabia Saudí y Rusia por la reducción de la producción de petróleo para sostener los precios, el pasado 12 de abril los países de la OPEP+ acordaron reducciones voluntarias que suman 9,2 millones de barriles diarios (mbd) durante los meses de mayo y junio. La producción diaria del reino para junio, después de los recortes dictados y voluntarios, será de 7.492 mbd. Por tanto, su reducción llega a los 8,5 mbd. Kuwait se sumó a la medida reduciendo en 80.000 barriles diarios su producción. Para estos países, que no han logrado diversificar su economía al ritmo previsto por las autoridades, ésta es una situación acuciante. Sin embargo, Emiratos Árabes Unidos, ha sabido capitalizar el sector del turismo y de la aviación con líneas de bandera, que se encuentran entre las mejor valoradas del mundo, y por ello puede imaginar otro futuro cuando pase la pandemia.

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La cuarentena impuesta en estos países obligó a cerrar infinidad de negocios y fábricas, así como talleres donde, por lo general, trabajan inmigrantes llegados de toda Asia. El Sultanato de Omán, además de producir petróleo y gas natural, ha diversificado su economía para incorporar manufacturas, industria pesada y la producción agrícola. Desde el inicio de la pandemia el gobierno de este país, ubicado al este de la península arábiga y sobre el Indico, ha ordenado a los empresarios no despedir a trabajadores omaníes e intentar terminar los contratos de empleados extranjeros a los que puedan reenviar de forma definitiva a sus países de origen. Sin duda, esta medida, vista desde Occidente, puede resultar antipática e injusta. Aunque quizás ahora las monarquías petroleras árabes puedan intensificar los esfuerzos para aumentar la contratación de nacionales y reducir así su enorme dependencia de la mano de obra extranjera.

Según diversos análisis realizados por instituciones prestigiosas, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) las exportaciones de petróleo caerán en 250 mil millones de dólares en la región del norte de África y Oriente medio (MENA por sus siglas en inglés). Además, la economía de estos países se contraerá indefectiblemente en 2020, según el FMI. En un 3,5 % en el caso de EAU y 2,3% en Arabia Saudí, aunque otros sectores ajenos a la producción de hidrocarburos podrían caer hasta un 4%.

Quizá las monarquías petroleras aprovechen el tirón del coronavirus para implementar tasas e impuestos inexistentes hasta ahora y que suelen provocar descontento social. A saber, el impuesto al valor agregado (IVA) y el IRPF o impuesto a la renta de las personas físicas, vulgarmente conocido como el impuesto al salario, aunque también grava rentas del capital.

En el mediano plazo un escenario auspicioso sería aquel en el que las autoridades de los países integrantes del CCG, similares en su cultura e historia, pero con profundas diferencias, tanto territoriales como de peso en la escena geopolítica regional, pudieran acelerar los procesos de diversificación de sus economías, todavía ancladas en el mono producto del petróleo.

Las sociedades del Golfo, de corte tribal y con un fuerte arraigo en la tradición, seguramente acepten cambios y digieran mejor este tipo de gravámenes ahora que saben que la pandemia afecta, inequívocamente, a la economía y las finanzas, no sólo de sus países sino de todo el mundo. Las monarquías petroleras árabes se caracterizan por ser Estados niñera, es decir, prodigan beneficios y servicios a sus ciudadanos, más allá del bienestar social garantizado por la renta petrolera. Además de ser Estados paternalistas que siguen interviniendo en la economía, limitando así la libertad individual de sus ciudadanos.

Por otra parte, la pandemia genera un cúmulo de reflexiones filosóficas, entre otras, en todos los países. Así, son varias las voces que exigen un nuevo modelo de cooperación y de solidaridad internacional, lo cual se revela especialmente necesario en situaciones de crisis como la que el mundo enfrenta hoy día. Falta saber si el impacto del covid-19 también propiciará cambios en las decisiones en materia de política exterior de los gobiernos de la región. Emiratos Árabes Unidos ha enviado material sanitario básico a su rival Irán, entendiendo que no era momento de profundizar la brecha entre países vecinos y habida cuenta del impacto mortal de la pandemia en la sociedad iraní.

Por su parte, el reino de Arabia Saudí se muestra renuente a reiniciar el diálogo para intentar limar asperezas con su archienemigo iraní. Asimismo, Qatar sigue soportando desde el 7 de junio del 2017 un embargo político, diplomático y económico por parte de EAU y Arabia Saudí. La pronta resolución de dicho conflicto intra-Golfo es otro de los desafíos pendientes. Es de esperar que la pandemia obligue a los países del CCG a modificar su política exterior, toda vez que dicho esquema de cooperación regional debiera acompasar los cambios en el sistema de Relaciones Internacionales en la región y en el mundo.

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El Consejo de Cooperación del Golfo surgió en 1981, sobre todo como un organismo que permitiera a sus Estados miembro coordinar acciones defensivas frente al vecino y rival persa, recién instaurada la República islámica de Irán en 1979. Las monarquías árabes han trasladado a su política exterior la misma lógica qué siguen en su política interna. El tribalismo y el sectarismo religioso siguen siendo dos fuertes componentes de sus dinámicas políticas. Sin embargo, en la actualidad, la sociedad civil de estos y otros países árabes, exige con mayor contundencia, el fin de prácticas sectarias que permiten la manipulación de los ciudadanos con fines espurios, casi siempre vinculados a la política y el enriquecimiento ilícito de clanes y grupos de poder. Y para muestra un botón; las protestas ciudadanas iniciadas en Irak en octubre de 2019 y en noviembre del mismo año en Líbano.

Por otra parte, el reino de Arabia Saudí viene manteniendo una guerra asimétrica con su vecino del sur, Yemen, desde marzo del 2015, lo que ha erosionado las arcas del Estado saudí. En momentos en que el mundo enfrenta el virus novel, para el cual no se encuentra todavía una vacuna, este tipo de conflictos bélicos, que acaban siendo guerras de desgaste, como la de Siria, son aún menos defendibles ante la opinión pública mundial. A su vez, el conflicto de Yemen hunde sus raíces en la voluntad de la Casa Saúd de mantener su hegemonía a nivel regional. Sin embargo, quizá sea hora de poner punto final a un conflicto que castiga a los más débiles de una sociedad empobrecida como la yemení.

Otro reto recae sobre aquellos individuos y grupos de poder en estos países árabes del Golfo, que brindan apoyo a agrupaciones extremistas que instrumentalizan el islam para peculio propio en las denominadas “guerras de proximidad”, el cual debiera ser evaluado a la luz de otras urgencias impuestas por la pandemia.

No hay que olvidar que tanto EAU como Arabia Saudí sufrieron a fines de 2019 operaciones de sabotaje contra buques cargueros e instalaciones petroleras y la respuesta de la Administración encabezada por el presidente Donald Trump en Estados Unidos fue, cuando menos, tibia. Y es que una cosa es un relacionamiento más fluido y compartir algunos objetivos geopolíticos con el actual inquilino de la Casa Blanca y otra bien distinta confundir ello con una protección tácita de los Estados del CCG. Lo que interesa a Estados Unidos, hoy como ayer, es mantener el suministro de petróleo, pero sobre todo que dichos Estados ricos sigan adquiriendo material bélico y armamento estadounidense que redunde en pingües beneficios para su industria armamentística.

Por todo ello, los países que integran el CCG deben aprovechar este momento para potenciar cambios largamente postergados, cuyo impacto se verá atemperado por el temor al coronavirus.

Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.

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Coordinadora del Programa de Política Internacional Directora de Cátedra Permanente de Islam Instituto de Sociedad y Religiòn Depto. Humanidades Universidad Católica del Uruguay

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