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Siria: La guerra y “nosotros”

Los sirios intentan rescatar a los que están atrapados bajo edificios derrumbados después de que el régimen de Assad llevó a cabo ataques aéreos en Damasco, Siria [Tarık Almasry / Agencia Anadolu]

El primer uso registrado del humo como arma para asfixiar a civiles en la región de MENA se remonta a mediados del siglo XIX, cuando el general francés Bugeaud utilizó este “nuevo método” contra miles de personas en Argelia: “si [los argelinos] se refugian en sus cuevas”, explicó Bugeaud, “entonces les asfixiaremos como a zorros [renards].”

Setenta años después, Oriente Medio fue testigo del primer uso registrado de armas químicas. Se produjo en 1917, durante la Tercera Batalla de Gaza, cuando las tropas lideradas por el general Edmund Allenby lanzaron unas 10.000 latas de gas asfixiante. Su impacto limitado no cumplió con las expectativas de Allenby. Sin embargo, el uso de gas atrajo mucha atención, hasta el punto de que – justo después de la Revuelta Iraquí de 1920 contra el propuesto Mandato Británico de Mesopotamia – el secretario de Estado para las colonias, Winston Churchill, afirmó estar “totalmente a favor de utilizar gas venenoso contra las tribus incivilizadas […] difundiría terror”.

Un siglo y muchas guerras después, Reino Unido, Francia y Estados Unidos (cuyo apoyo al uso de armas químicas de Saddam Hussein durante la guerra entre Irak e Irán ya ha sido comprobado) iniciaron una “intervención humanitaria dirigida por EEUU para proteger a los ciudadanos [sirios]” contra un ataque químico supuestamente realizado por el régimen sirio en Guta Oriental. Aun así, sus intenciones humanitarias plantean preguntas que todavía no se han contestado.

 

         ¿El costo de la no intervención?

Varias fuentes han negado el supuesto ataque químico del 7 de abril, entre ellos los médicos que trabajaban en el hospital al que fueron trasladadas las víctimas. A pesar de los recurrentes crímenes de guerra perpetrados por el régimen sirio, es de extrañar su interés en utilizar armas químicas en esta fase, en la que las fuerzas de Bashar Al-Assad avanzan y están ganando la guerra.

También debería comentarse que las armas convencionales (y no químicas) son responsables de más del 90% de los asesinatos masivos de ciudadanos sirios a manos del régimen y sus aliados (incluidos Irán y Rusia). De confirmar algo, la “intervención humanitaria dirigida por EEUU” confirmó que a las potencias externas no les importa mucho que docenas de sirios mueran cada día; sino que prestan una atención o “reacción” especial a cómo mueren.

Y, de hecho, es la supuesta falta de una “reacción” más temprana – la llamada “política no intervencionista” en Siria – la que muchos analistas consideran como componente clave para describir lo que está experimentando ahora mismo Siria. Andrew Rawnsley, autor británico, señaló que si es que hubo una oportunidad para que las potencias occidentales consiguieran una mejora, “esa oportunidad pasó de largo hace muchas, muchas muertes”.

Ya antes de 2011, London y sus aliados tenían planeado utilizar a los Hermanos Musulmanes sirios para frenar un régimen que han considerado una espina clavada durante años. En 2011, la estrategia se cambió hacia los representantes financieros de los aliados de Occidentes. EEUU, Reino Unido y sus aliados intervinieron demasiado y demasiado pronto, beneficiando a Bashar Al-Assad, y también a Hezbolá e Irán.

 

         Un orden regional en ciernes

Se ha señalado que en nuestra era de “la política como un reality show”, incluso las redadas militares se realizan, muchas veces, para dar espectáculo. Hay mucha verdad en estas palabras. En este sentido, deberíamos señalar que un posible ataque químico ya se produjo en abril de 2017. Al igual que hoy en día, el ataque liderado por EEUU estuvo precedido de un comunicado del presidente estadounidense, Donald Trump, en el que habló de su intención de retirarse de Siria, y seguido del bombardeo contra un campo de aviación sirio vacío.

Y, sin embargo, el “show geopolítico” actual se basa en dos objetivos muy prácticos. El primero podría estar ligado a la crisis diplomática de 2017-18 de Qatar. Tanto el estallido de la crisis qatarí como el reciente ataque dirigido por EEUU pretenden enviar una señal clara a las naciones regionales: demostrar las consecuencias a las que se enfrentarán los que se nieguen a aliarse con el frente anti Irán y el acuerdo tácito que une a Israel con Arabia Saudí y sus aliados.

Durante los últimos meses, varias fuentes saudíes han sostenido que las relaciones iraní-saudíes son la “principal puerta” a la comprensión de las “transformaciones en la región y las deliberaciones sobre la causa palestina”, incluidos los últimos acontecimientos relativos a Jerusalén.

Un sirio recibe tratamiento médico después de que el régimen de Assad condujera un ataque con gas venenoso en Ghouta oriental, en Damasco, Siria, el 7 de marzo de 2018 [Dia Al Din Samout / Agencia Anadolu]

         Fomento de la fragmentación

El segundo objetivo tiene sus raíces en la intención de debilitar el vínculo entre Irán, Turquía y Rusia; los tres garantes del proceso de paz de Astana. Muchos perciben este proceso – en el que Rusia ha jugado un papel clave – como una herramienta para superar la fragmentación de Siria y, de forma más general, la división de grandes Estados árabes en entidades pequeñas y homogéneas, incapaces de suponer ninguna amenaza.

Este objetivo político cuenta con un gran apoyo, directo o indirecto, por parte de varias figuras clave del gobierno de Trump, y ha sido defendido por varios think tanks influyentes en Washington, incluido el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC), desde principios de los 2000.

De las 25 personalidades políticas que firmaron la declaración de principios fundacional del PNAC en 1997, diez acabaron a formar parte del gobierno del ex presidente George W. Bush. Algunos de ellos – incluidos Dick Cheney, Donald Rumsfeld, John Bolton y Paul Wolfowitz – ocuparon posiciones muy influyentes que tuvieron repercusiones directas en aspectos clave relativos a la región. El entonces presidente también expresó su apoyo a la remodelación del “gran Oriente Medio” en su discurso del Estado de la Unión el 20 de enero de 2004.

 

         ¿Humanitarismo? ¿De quién?

La imagen de un “mundo civilizado” que presenciaba otro conflicto en el inherentemente fanático “Oriente Islámico” estuvo muy presente en artículos publicados en Inglaterra y Francia a principios de la década de 1860. En aquel entonces, los analistas occidentales describían las masacres acontecidas entre cristianos y musulmanes durante la guerra civil en Monte Líbano de 1860.

Entonces, como ahora, las potencias externas (y sobre todo las occidentales) sentían la necesidad de intervenir en la región, justificándose por “consideraciones humanitarias”, mediante la adopción de una misión civilizada autoimpuesta. Sin embargo, estaban mucho menos dispuestos a reconocer sus propias acciones y responsabilidades, o a aliviar la carga humanitaria con la que lidiaban los Estados locales.

No mucho ha cambiado en este aspecto. Basta con mencionar que, según el Departamento de Estado estadounidense, Washington ha admitido a un total de 11 refugiados sirios en todo 2018. A pesar de jugar un papel clave en Siria y en toda la región, Rusia sólo le ha otorgado el estatus de refugiado a “un ciudadano sirio desde 2011”. Estos ejemplos representan la norma más que la excepción.

La célebre profecía de Orwell – “La Guerra es Paz; la Libertad es la Esclavitud; la Ignorancia es la Fuerza” – no podría haber encontrado un mejor manifiesto.

 

Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.

 

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Lorenzo Kamel es becario Marie Curie en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Friburgo (FRIAS), donde es especialista en historia moderna de Oriente Medio. También es Senior Fellow en el Istituto Affari Internazionali (IAI) y profesor asociado en el Centro de Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Harvard (CMES), donde trabajó como becario postdoctoral durante dos años. Ha publicado seis libros sobre asuntos de Oriente Medio y el Mediterráneo, entre ellos "Imperial Perceptions of Palestine: British Influence and Power in Late Otoman Times", ganador de la sección académica de Palestine Book Awards 2016

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