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Por qué la campaña contra Qatar está condenada al fracaso desde el principio

El emir de Qatar, Tamim Bin Hamad Al-Thani

 

Desde hace algún tiempo, ha quedado claro que la lucha contra el Dáesh y su antecesor, Al-Qaeda, no es el único entretenimiento de moda en Oriente Medio. De hecho, durante la mayor parte del tiempo, la guerra contra el terror era una obra de segunda categoría.

El intento de poner a Qatar de rodillas mediante el cierre de fronteras y, básicamente, sitiándolo, ha sacado a la luz quiénes son realmente los actores compitiendo por el escenario regional, en un mundo que ya no dominan las potencias occidentales.

Tres bloques regionales rivalizan por el control de la zona.

El primero lo dirige Irán, y en él se integran actores estatales como Irak y Siria, y otros no estatales, como las milicias chiíes de Irak, Hezbolá o los hutíes de Yemen.

El segundo lo conforman las antiguas monarquías absolutistas del Golfo Pérsico: Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin, además de Jordania y Egipto.

El tercero lo integran Turquía, Qatar, los Hermanos Musulmanes y las fuerzas instrumentalizadas durante las “Primaveras Árabes”.

En este combate a tres bandas, los aliados de EE.UU. están simplemente desestabilizando el orden regional como si en realidad fueran enemigos de Washington, y la campaña lanzada contra Qatar es un claro ejemplo de ello.

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Arabia Saudí ha calculado muy mal su estrategia al intentar imponer su voluntad sobre el pequeño Qatar. Pues al hacerlo, ha revuelto el orden regional del que dependía para asegurar mantener a raya la dominación iraní en los países que rodean al reino .

Dicho de otro modo, si la guerra apoyada por Irán en Siria, había unido bajo la misma causa a Turquía y a los saudíes, el conflicto con Qatar ha hecho exactamente lo contrario. Es más, podría llevar a que fuerzas del islam político sunní, Irán y los turcos unan fuerzas, por muy raro que pueda parecer.

Sin duda ambos poderes –el primero y el tercero de los bloques– no se echarán a los brazos del otro, pero podrían llevar a cabo un acercamiento amistoso e innovador, en medio de las imprudentes y miopes políticas de Arabia Saudí. El ministro de Asuntos Exteriores iraní, Javad Zarif, estuvo en Ankara el miércoles.

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El Pentágono contradice los tweets de Trump

Los dos eventos que han supuesto un punto de inflexión para los saudíes en su campaña contra Qatar han sido la decisión del parlamento turco de acelerar la aprobación de una ley que permitiera al ejecutivo turco desplegar tropas en su base militar de Qatar, así como las declaraciones de la Guardia Revolucionaria Iraní (GRI) acusando a Riad de ser el responsable de los ataques contra el parlamento de Irán y el mausoleo del ayatolá Jomeini, que se ha saldado con 12 muertos.

Esto ha dejado a Arabia Saudí aislada. Puede abusar de una pequeña nación, pero no puede defender su país sin una cantidad sustancial de apoyo militar.

Independientemente de lo que el comandante en jefe pueda tuitear, los expertos militares de EE.UU. en el Golfo están intentando por todos los medios gestionar ellos mismos el asunto, lo que es una de las razones por las que la Casa Blanca y el Pentágono han estado contradiciéndose esta semana.

Poco después de que la frontera qatarí con Arabia Saudí fuera cerrada en la madrugada del 5 de junio, el Pentágono elogió a Qatar por su "duradero compromiso con la seguridad regional”.

Y añadió, refiriéndose sin duda a la base de Udeid –la principal base del Comando central de las Fuerzas Aéreas de EE.UU.–, que “todos los vuelos continuarán según lo planeado”. Alrededor de 10.000 soldados estadounidenses se alojan en ella.

Después vinieron los tweets de Trump básicamente otorgándose la autoría de las extraordinarias maniobras contra Qatar, diciendo que eran fruto del llamamiento que hizo en Riad ante 50 líderes árabes y musulmanes. Luego vinieron unas nuevas declaraciones del Pentágono, renovando sus elogios hacia Qatar por hospedar las fuerzas estadounidenses.

Al Pentágono se unió Europa, o al menos el ministro de Asuntos Exteriores del Estado más importante –Alemania– Sigmar Gabriel. Este afirmó que que “aparentemente, Qatar va a ser aislado casi completamente y su existencia va a ser amenazada. Semejante “trumpización” de las relaciones diplomáticas es particularmente peligrosa en una región ya plagada de crisis”.

Poco después de la decisión de Turquía, Trump se encontraba al teléfono con el emir de Qatar ofreciendo mediación –24 horas después de su tweet, parecía haber entendido el mensaje de sus asesores militares–.

Errores de cálculo

Arabia Saudí y Emiratos acaban pues de lanzarse sobre un bocado que difícilmente pueden masticar.

El primer error de cálculo fue seguir la narrativa de Trump. Cuando compras un producto de Trump, te llevas mucho más. Te llevas efectos secundarios, y una enorme cantidad de resentimiento, hostilidad y resistencias que el propio Trump ha creado en casa.

Esto no es nnguna tontería cuando observas quién está resentido con Trump –La CIA, el Pentágono, el Departamento de Estado, senadores de todas las fuerzas políticas y hasta los jueces-. El resentimiento se extiende más allá de las instituciones del Estado, pero aún así con esto sería más que suficiente como para echarse a atrás.

Yousef Al Otaiba es el actual embajador de EAU en EEUU. El embajador emiratí en Washington ha sido noticia últimamente, y ha cometido el clásico error de pensar que porque el anterior secretario de Defensa Robert Gates comiera de su mano, el resto del Departamento de Defensa iba hacer los mismo. Y claramente no lo hizo.

El embajador ruso en EE.UU., Sergey Kislyak, actualmente considerado el diplomático más peligroso de Washington, tropezó por culpa de un acto de similar arrogancia. Ambos embajadores confunden su éxito como lobistas con los tejemanejes de la política internacional, y son dos cosas bien distintas.

Su segundo error de cálculo fue asumir que como Qatar era pequeño, ninguna nación mayor vendría en su ayuda. Tanto los saudíes como los EAU tienen grandes inversiones en Turquía, una de las cuales fue realizada por Abu Dhabi poco después de que los militares intentaran derrocar a Recep Tayyip Erdogan con un golpe de Estado. Ambos  países pensaron que Turquía estaba suficientemente comprada.

Precisamente ocurrió lo contrario, que Erdogan se dio cuenta de que si Qatar era aplastado, sería el último hombre en pie en el campo de batalla.

Su tercer error fue revelar su verdadera queja contra los qataríes. No tiene nada que ver con la financiación de terrorismo o con los lazos con Irán. De hecho los emiratíes conservan excelentes relaciones comerciales con Irán, a la vez que forman parte de la coalición que acusa a Qatar de aliarse con Teherán.

Sus demandas reales, transmitidas por el emir de Kuwait –que está actuando como intermediario– son el cierre de Al-Jazeera, el fin de la financiación de los periódicos Al Arabi Al Jadid, Al Quds Al Arabi y la edición árabe del Huffington Post, junto a la expulsión del intelectual palestino Azmi Bishara.

Estos son los medios que , en árabe, revelan las historias que estos Estados no quieren que sus ciudadanos lean. No contentos con silenciar a sus propios medios, quieren cerrar todos los medios que propaguen contenidos y verdades incómodas acerca de sus despóticos, serviles y corruptos regímenes, donde sea que eso ocurre.

Israel se une al bando disconforme

Hamás y los Hermanos Musulmanes sólo aparecen en esa lista en séptimo lugar. La inclusión de Hamás es en sí misma un fallo de cálculo, pues sea lo que sea lo que EE.UU. puede pensar, el movimiento palestino tiene mucho apoyo en el Golfo y el mundo árabe.

Aquí es donde Israel se sitúa en el bando belicoso. Tal y como revelan los emails hackeados de Otaiba, los emiratíes y el gobierno de Benjamín Netanyahu se entienden muy bien.

El primer ministro israelí es muy acertado al creer que tiene el apoyo de la mayor parte de estados árabes en la supresión de todo progreso hacia la constitución de un Estado palestino. Y tal vez sea la última cosa que Egipto, Jordania, Arabia Saudí y los EAU quieran. Los reinos del Golfo tienen tantas ganas de normalizar relaciones con Israel que un analista saudí fue recientemente entrevistado por primera vez en el Canal 2 israelí.

El poeta palestino-egipcio Tamim Al-Barghouti llevó a cabo un comentario muy acertado al respecto en su página de Facebook:

“En el 50 aniversario de la ocupación israelí de Jerusalén, toma forma una alianza entre Egipto, EAU, Arabia saudí, Bahréin e Israel para asediar por tierra, mar y aire por la única razón de apoyar la resistencia palestina y libanesa en las revoluciones árabes de las últimas dos décadas, en particular la revolución egipcia que derrocó al aliado de Israel en El Cairo, poniendo en peligro los acuerdos de Camp David. NO están presionando a Doha ni por Siria, ni por Yemen, ni por Libia ni por la base estadounidense”.

Leer: Yaalon: “Israel en el mismo barco que los estados árabes sunníes”

“Lo están castigando por el testimonio que ha dado Al-Jazeera de las guerras de Irak, Líbano y Gaza, y por apoyar la resistencia palestina en 2009, 2012 y 2014 y la libanesa en 2000 y 2006. Lo están castigando por la caída de Mubarak en 2011”.

“Un aterrorizado y arruinado comandante militar que sufre de síndrome de Macbethny que se limpia las manos de vieja sangre y un adolescente que tiene prisa por ser rey y que quiere adelantar cuanto antes a su primo en la carrera por el trono, hasta tal punto que elige el 5 de junio para anunciar que se han unido al bando de los israelíes”.

¿Y el error de cálculo definitivo? Qatar no es Gaza. Tiene aliados con armas poderosas –un país con una población menor que Houston tiene un fondo soberano valorado en 335 mil millones de dólares. Es el mayor productor de gas natural de Oriente Próximo. Tiene relación con Exxon. Los saudíes y los emiratíes no son los únicos lobistas de la zona. E incluso Gaza ha resistido hasta ahora a su asedio.

 

Publicado originalmente en Middle East Eye, 7 de Junio de 2017

 

 

 

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David Hearst es editor jefe de Middle East Eye. Fue corresponsal de The Guardian, antiguo editor asociado en el exterior, European Editor, Jefe de la Oficina de Moscú y corresponsal para Europa e Irlanda. Se incorporó a The Guardian desde The Scotsman, donde había sido corresponsal.

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