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Las ambiciones turcas crecerán a raíz del referéndum

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, visita a los niños en el Centro de Cultura y Congresos del Pueblo Bestepe durante una ceremonia en el marco del Día Nacional de la Soberanía y los Niños, en el Complejo Presidencial de Ankara, Turquía, el 23 de Abril de 2017 [Presidencia Turca / Murat Cetinmuhurdar - Agencia Anadolu]

La victoria de Recep Tayyip Erdogan en el referéndum constitucional turco ha sido interpretada en Europa como un cambio de la democracia. Hay quien ha llegado a pontificar sobre el fin de la república turca.

Estas caracterizaciones hiperbólicas están eclipsando el verdadero significado del referéndum. Es muy probable que un sistema presidencial ejecutivo brinde una mayor coherencia a la diplomacia y allane el camino para una planificación y una estrategia más claras en la política exterior.

Por encima de todo, es muy probable que el resultado referéndum revierta las aspiraciones turcas de unirse a la Unión Europea (UE), poniendo así fin a décadas de incertidumbre. Frente al futuro incierto de la propia UE debido al Brexit y otros desafíos, podría decirse que los turcos se han librado de una buena.

También es probable que en el frente interior las consecuencias del referéndum sean menos graves y amplias de lo que creen muchos occidentales. Puede que Turquía esté alejándose de la democracia liberal occidental, pero puede que sea precisamente lo que los turcos necesitan para poner su casa en orden.

 

Un siglo de agitación

Es difícil sobreestimar la importancia de Turquía en los asuntos regionales y su potencial para formar parte del panorama global. Situada en el cruce entre Europa y Asia y, en términos políticos y estratégicos, la sucesora directa del poderoso Imperio Otomano; Turquía está en una posición ideal para dar forma a los acontecimientos en tres áreas clave: Oriente Medio, el Cáucaso y los Balcanes.

Además, como han demostrado la crisis de refugiados y la campaña del referéndum, Turquía tiene la capacidad de influir en la política exterior e incluso interior de importantes Estados europeos.

Durante décadas, los secularistas de Turquía intentaron llevar el legado de Kemal Ataturk a su conclusión lógica al intentar eliminar los valores y normas de comportamiento islámicas de la esfera pública, además unirse lo máximo posible a Occidente.

Esto resultó en una profunda crisis de identidad y en un desperdicio de décadas en términos de definir claramente y promover el interés nacional turco y la mala gestión concomitante de cuestiones de reputación nacional. Esta crisis de identidad se desarrolló en un contexto de inestabilidad política, marcada por profundos disturbios políticos en líneas ideológicas y étnicas, que provocaron cuatro golpes de Estados e intervenciones entre1960 y 1997.

Mientras que Turquía desarrolló instituciones políticas y legales creíbles en los 80 años después del colapso del Imperio Otomano, los términos y condiciones de este desarrollo apenas definido se produjeron a expensa de impedir que Turquía alcanzase su verdadero potencial cultural y diplomático.

En general, los islamistas de Turquía han jugado un papel positivo en el desarrollo político del país. Se han adaptado a las limitaciones de la Turquía moderna y, en el proceso, han moderado significativamente sus demandas y aspiraciones. El establishment kemalista nunca pudo aceptar a un ideólogo sincero en la figura del difunto Necmettin Erbakan y, al final, le expulsaron en un golpe de Estado moderado. Fueron los protegidos de Erbakan, entre ellos Erdogan, los que recogieron los añicos e ingeniaron una máquina electoral en forma del Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP).

 

El mito del Neo-Otomanismo

Ahmad Sozen, científico político turco, ha descrito acertadamente el neo-otomanismo como un “proceso terapéutico” que permite a las nuevas élites islámicas de Turquía hacer frente a la compleja herencia de su país. En términos culturales y psicológicos, es, probablemente, la mejor definición del fenómeno.

En términos políticos y estratégicos, el neo-otomanismo se define a menudo de manera expansiva para atribuir motivos imperiales a la diplomacia turca.

El hecho es que Turquía no puede permitirse utilizar el pasado como un punto de referencia rígido para su dirección futura. Pero puede convertirse en un elemento más efectivo en la región y en el mundo entero apostando por posiciones más auténticas. Un cambio decisivo en la UE y quizás, a medio o largo o plazo, en la OTAN, es un paso en la dirección correcta.

La primera prioridad de Erdogan es colocar los asuntos internos sobre una base estable. Turquía se ha vuelto peligrosamente dividida e inestable. La campaña del referéndum ha exacerbado la polarización, como demuestra la escasa mayoría a favor de la reforma constitucional.

La unidad turca (o la falta de ella) determinará el futuro del país. Sea lo que sea que se opine de Erdogan, su historial ha demostrado que, dirigido por él, el AKP no impondrá valores sobre los turcos. Aunque es abiertamente musulmán, el AKP no ha interferido en el tejido cultural del país. Los secularistas turcos, además de los millones de turistas extranjeros, siguen disfrutando de un estilo de vida totalmente occidental.

Por último, siempre que el AKP presida una economía bullante y fortalezca especialmente el corazón conservador de Anatolia, el partido podrá seguir adelante con la creación de una nueva política turca y de una identidad nacional que la acompañe.

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