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Los regalos y las súplicas de Putin en la Casa Blanca

El presidente ruso Vladimir Putin.

Lo sucedido entre el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente ruso, Vladimir Putin, en su reunión del pasado jueves acerca de la situación en Siria y las consecuencias de las soluciones propuestas ha recibido mucha atención de los medios. El conflicto en Palestina no estaba en la agenda de la reunión, a excepción de una referencia muy significativa que reveló los límites y la realidad de la “diferencia” entre rusos e israelíes.

Imagen del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu junto al presidente ruso Vladimir Putin [Politics and Society of Russia / Facebook]

La referencia en cuestión fue el regalo de Putin a Netanyahu: una copia de 500 años de antigüedad de La Guerra Judía, del historiador judío del siglo I Flavius Josephus. Sputnik describió el libro como la fuente más valiosa acerca de la historia de “Judea” y la historia más auténtica de la rebelión de su pueblo contra el Imperio romano; Josephus fue un testigo ocular de esa época.

Este regalo no oculta el apoyo de Moscú a las reivindicaciones sionistas de la tierra de los cananeos, ni el hecho de que está haciendo la vista gorda a la política israelí de apropiamiento de tierras, asedio al pueblo palestino y obstaculización del proceso para poner fin a esta trágica situación. A nivel práctico, la importancia de esta referencia reside en que coincide con el auge de las voces estadounidenses de la Casa Blanca que apoyan las políticas israelíes de extrema derecha y su retirada del “proceso de paz”, aceptado bajo coalición por los palestinos y apoyado por los países árabes bajo su propia iniciativa.

Netanyahu está entusiasmado con las bienvenidas que recibe ahora en Washington y en Moscú. Cree que esto proporciona una “oportunidad histórica” para liquidar la causa palestina y dictar sus condiciones sobre el pueblo ocupado. No pudo ocultar su alegría cuando dijo “por primera vez en mi vida, y por primera vez en la vida de mi país, los países árabes no consideran a Israel como un enemigo, sino como un aliado”.

Su cálido recibimiento en Moscú y Washington me recuerda a un artículo que escribí hace 20 años en el periódico Al Madina (20/02/1997) acerca de la visita de Netanyahu a Washington durante la presidencia de Bill Clinton. “Netanyahu”, escribí, “ha regresado de Washington con un apoyo estadounidense incondicional”. Según uno de sus ayudantes, Netanyahu sentía que este viaje era como una “visita familiar”, ya que se quedó en Blair House – la casa de huéspedes presidencial – y recibió a oficiales y congresistas norteamericanos, al igual que él haría en Tel Aviv. También le permitieron rezar en la Casa Blanca sin que hubiese nadie presente; los rezos judíos “minyan” suelen requerir de al menos 10 judíos.

Hoy en día, el gobierno de Trump del país más poderoso del mundo no niega su amor por Israel y su disposición a someterse a la explotación que quiera hacer Netanyahu de su relación. El líder de Israel encarna a una especie de figura estereotipada del israelí derechista, con su arrogancia y su explotación de las fortalezas y debilidades de los demás.

Durante el segundo mandato de Clinton, Washington expresó su simpatía con Israel y actuó para complacer a su ya querido aliado. Con esto, Clinton sólo hacía lo que ya habían hecho sus predecesores, algo que ningún gobierno estadounidense ha sido capaz de negar desde el establecimiento de Israel. Su administración esbozó sus cinco prioridades en la región árabe mediante el entonces Subsecretario de Estado para Asuntos del Cercano Oriente, Robert Pelletreau: asegurar la paz integral entre Israel y sus vecinos árabes; mantener su compromiso con la seguridad y bienestar israelíes; asegurar la estabilidad en el Golfo Pérsico y el acceso comercial a los recursos petrolíferos del mismo; apoyar los intereses económicos de EEUU en la región; y combatir el terrorismo y controlar la propagación de armas de destrucción masiva.

Ahora estamos como entonces: los árabes están obligados a tener en cuenta el “estado de ánimo” del partido Likud de Netanyahu y demostrar una amistad sincera, no mera cortesía, educación o aceptación de la realidad. En general, los árabes entienden la amistad como una relación entre dos iguales; mientras que Israel quiere que sea una relación entre un vencedor dominante y un perdedor sumiso. Hace 20 años, me pregunté si los árabes se limitarían a lamentar su situación o si de verdad se enfrentarían a Netanyahu para reducir las pérdidas del “conflicto” durante el proceso de paz. Usé la palabra “conflicto” intencionalmente, ya que la mentalidad sionista se basa en enseñanzas religiosas distorsionadas que afirman que la vida se construye sobre la “estructura” del conflicto, y que la legitimidad de las personas “elegidas” es un resultado de la victoria en la batalla con Dios.

¿Podríamos nosotros, la gente “analfabeta”, esperar tener una relación con Israel basada en una amistad y una asociación entre iguales? Los que sueñan con esto deberían limitar sus horas de sueño para no despertarse entre pesadillas. El objetivo no es culpar a aquellos que están tratando de eliminar la cultura de odio acumulado hacia el sionismo, sino más bien exigir que aquellos que fueron capaces de proporcionar información sobre la “amistad obligada” la difundan en el momento apropiado y de la forma apropiada para aquellos que la quieren y la necesitan.

Las circunstancias actuales nos obligan a preguntarnos qué saben aquellos interesados en los asuntos políticos acerca de la opinión pública israelí y su influencia en la toma de decisiones. ¿Están los creadores de opinión de nuestros medios interesados en estudiar la sociedad israelí de forma que nos ayude a destapar su uso de su ego para debilitar la moral de los demás? ¿Dirigen los especialistas en este campo estudios serios acerca de los estándares de la unidad israelí en la fase posterior a la paz? Se espera que difieran de lo que eran antes, dado que las organizaciones judías, desde la creación de Israel en 1948, han podido emplear el miedo y la inseguridad en el medio árabe como herramientas de control social.

¿Qué sabe el estudioso de la sociología árabe acerca de la estructura y la función de la sociedad israelí? ¿Y acerca del grado de cumplimiento con la imagen de una sociedad de “justicia” y “democracia”, creada por la propaganda sionista? ¿Qué saben los estudiosos árabes al respecto de los think-tanks israelíes y sus propuestas, que se asemejan al proyecto sionista en el territorio palestino?

¿Qué saben los industriales árabes acerca de la industria israelí, cuya propaganda la pinta como la “salvadora” del atraso de la región y de su pueblo; la “escalera” que Oriente Medio debe subir de generación en generación? ¿Es esto cierto? ¿A qué se refiere? ¿Merece la industria israelí ser la sustituta del “proyecto industrial árabe”?

Todas estas son cuestiones que se plantearon hace 20 años; ¿han cambiado algo?

Ha llovido mucho desde entonces, y la situación ha cambiado. Las entidades que estaban unidas se han fragmentado; las relaciones sincronizadas se han separado; las determinaciones se han debilitado; y los sueños que una vez fueron prometedores y ayudaron a la gente en sus momentos de debilidad se han roto. Sin embargo, el pueblo palestino ha seguido luchando contra la opresión y no se ha rendido tan fácilmente.

Aun así, la amarga realidad es que Netanyahu continúa con su política de apropiamiento de territorios y está acabando con los hitos palestinos, mientras que el mundo se preocupa por otros asuntos y el problema palestino desaparece de la agenda política. Sin embargo, es cierto que la opresión de los palestinos seguirá siendo “una brasa bajo las cenizas” si no se aborda y se resuelve.

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