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La voces de las víctimas de la represión en Túnez recorren una región que aún padece la tiranía

Ojalá este ejemplo tunecino pueda ofrecer una perspectiva de esperanza a todo el mundo árabe, que todavía se tambalea bajo el aplastante peso del despotismo
Manifestantes tunecinos

Después de largos meses de disputas políticas y legales, la Comisión Verdad y Dignidad de Túnez, nacida de su Constitución de 2014, ha logrado establecerse finalmente como una de las instituciones de justicia transicional más importantes del país.

A principios de este mes, la Comisión celebró la primera ronda de audiencias públicas de las víctimas de la represión del Estado desde la independencia del país en 1956. Éstas comenzaron con las declaraciones de los ex militantes de la tendencia "youssefista" de Salah Ben Youssef, secretario general del Partido Neo-Desturiano, y cuyos seguidores sufrieron persecución y tortura a manos de los entonces gobernantes de Túnez, bajo la dirección del líder de la independencia del país, Habib Bourguiba.

Un repaso de esta primera ola de represión fue lo que relató el octogenario combatiente por la independencia nacional Hamadi Ghars, quien narró dolorosos detalles de los asesinatos, secuestros y encarcelamiento sufridos por los youssefistas durante la dictuadura. Su facción rechazó en su momento el documento de independencia otorgado por la jurisdicción francesa sobre las fuerzas de seguridad del país, ya que insistían en continuar la lucha común por la liberación total de Túnez y de la vecina Argelia del dominio colonial francés.

La brutalidad desatada contra los viejos camaradas de armas todavía es conocida en la historia tunecina como "la erradicación de la sedición youssefista", según la terminología empleada por Bourguiba, rival y archienemigo de Ben Yussef, que salió victorioso del cisma y se convirtió en el primer presidente del país.

 

Legado colonial

El testimonio de Gilbert Naccache, destacado intelectual de izquierdas detenido y torturado en los años sesenta, expuso los espantosos detalles de la segunda ola de opresión emprendida esta vez contra los activistas de izquierdas y los sindicalistas.

Naccache subrayó la similitud de los patrones de persecución en Túnez antes y después de la independencia, ya que la nueva élite gobernante heredó los mismos métodos y mecanismos de persecución utilizados por los franceses durante su ocupación del país. Así, las herramientas empleadas por los colonizadores para subyugar a las poblaciones nativas, ahora eran utilizadas por sus sucesores contra los disidentes políticos.

Pero con mucho, la era más brutal y más dura sobre las almas y cuerpos de los opositores políticos fue la etapa en el gobierno del general Zine El-Abidine Ben Alí, que derrocó a un senil Bourguiba en Noviembre de 1987 y gobernó el país con puño de hierro durante 23 años. Durante su gobierno, las detenciones y la tortura cobraron un rol sistemático, usado no sólo para perseguir a opositores políticos, sino para aterrorizar a toda la población e imponer una férrea disciplina.

"El carcelero colocó un paño sobre una barra de hierro, lo sumergió en un fluido tóxico y se lo metió en el ano a mi hermano mientras estaba suspendido del techo, con sus manos y pies atados, en una posición conocida como "el pollo asado" por que la piel se iba pelando tras tres días de golpes suspendido en el aire", testificó Jamel Barakat, hermano de Faisal Barakat, quien murió fruto de las torturas en 1991.

"Entonces el carcelero sacó la barra de hierro entre los gritos de mi hermano. Las células se quemaron, los vasos sanguíneos explotaron y él comenzó a sangrar fuertemente por su recto... El carcelero repitió la operación repetidamente en medio de las risas de sus colegas y a la vista de otros detenidos..."

Una maquinaria represiva

Estos testimonios repletos de horribles detalles han sido profundamente impactantes tanto para los tunecinos como para los observadores internacionales.

Estas revelaciones han desvelado para muchos la cara oculta del Túnez pre-revolucionario, largamente escondida detrás de las fachadas cuidadosamente construidas de playas de arena dorada, céspedes bien cuidados, lujosos complejos turísticos y la falsa jerga de modernidad y derechos humanos explotada por el régimen y sus defensores.

Cuando una víctima tras otra fueron narrando sus experiencias en las terribles cámaras de torturas de los gulags de Túnez, donde los prisioneros fueron desnudados, violados, muertos de hambre y torturados durante días, a menudo hasta la muerte, se hizo evidente que sus tragedias no eran producto de violaciones individuales por determinados funcionarios o carceleros, sino parte de la estructura central del propio Estado.

La verdad que se ha hecho más evidente con cada testimonio es que el Estado tunecino antes de 2011 no era más que una máquina represiva utilizada para aniquilar mental y físicamente a los disidentes y aterrorizar a la sociedad mediante la imposición del silencio y la sumisión.

La Comisión Verdad y Dignidad ha proporcionado el marco para el principio de justicia transicional establecido en la nueva Constitución tunecina. La Comisión ha dado voz a miles de víctimas y sus familias, unas voces suprimidas durante décadas por varios regímenes consecutivos. Ahora, aquellos que sufrieron la represión han contado con dolor sus terribles historias de persecución y represión.

Pero las lágrimas derramadas no eran sólo las suyas, sino también las de millones de personas en Túnez y en el extranjero que presenciaron las audiencias públicas retransmitidas en directo por la televisión nacional tunecina.

Liberando a la víctima y al verdugo

A través de estos testimonios, las historias de la represión han pasado a ocupar su legítimo lugar dentro de la memoria colectiva, ya no serán más simples relatos individuales de trauma y sufrimiento. La voz de la víctima mientras ahonda en las profundidades del pasado, exponiendo los crímenes y horrores perpetrados tras altos muros, en las oscuras mazmorras de la dictadura, se vuelve más potente que el látigo y las armas de tortura.

El objetivo de la justicia transicional no es vengar a las víctimas, sino liberar tanto a la víctima como al verdugo, a través de la exposición de los horrores sufridos por una parte y la confesión de los crímenes cometidos por la otra. El propósito es sanar por fin antiguas heridas y reparar viejas grietas, con la esperanza de cerrar definitivamente los oscuros capítulos del totalitarismo en la historia moderna de Túnez.

De hecho, la revolución debería liberar a la víctima y al verdugo, a la víctima cuyo cuerpo ha sido sometido a todas las formas de abuso y violación y al carcelero que fue utilizado como instrumento de subyugación y terror por un sistema basado en la represión.

Generación tras generación de activistas y disidentes tunecinos ha sufrido los horrores de la tortura, el encarcelamiento y el exilio forzado. Muchos de ellos han muerto sin ver cumplido su sueño de una patria libre de injusticia, persecución, detenciones arbitrarias y violación de la dignidad humana.

Hoy en día, sus voces, los suspiros de aquéllos que fueron aplastados por décadas de represión estatal; youssefistas, nacionalistas, sindicalistas, izquierdistas e islamistas, se reflejan en los testimonios públicos de las víctimas.

Ojalá este ejemplo tunecino pueda ofrecer una perspectiva de esperanza a todo el mundo árabe, que todavía se tambalea bajo el aplastante peso del despotismo, haciendo ver que su larga lucha por la libertad y la dignidad no ha sido en vano y que tarde o temprano, la justicia prevalecerá.

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Soumaya Ghannoushi es escritora especializada en percepciones del islam desde Europa

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