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Terremoto en Turquía y Siria: "es como si alguien hubiera lanzado una bomba nuclear"

Personal y civiles llevan a cabo operaciones de búsqueda y rescate en Idlib, Siria, tras los seísmos de magnitud 7,7 y 7,6 que sacudieron Kahramanmaras, en Turquía, el 07 de febrero de 2023 [Muhammed Said/Anadolu Agency].

Alrededor de las 4 de la mañana del lunes, Malik Abu Ubaidah se despertó con su casa tambaleándose sobre sus cimientos. Se levantó, reunió a sus hijos y salió a un muro de humo y polvo.

Todavía no lo sabía, pero lo que Malik había sentido era un terremoto de magnitud 7,8 que sacudió ayer el noroeste de Siria y el sudeste de Turquía, y se sintió en Líbano, Jordania y Chipre.

Ha dejado un rastro de destrucción a su paso, destruyendo puentes, arrasando edificios y reduciendo las viviendas a escombros. El número de muertos sigue aumentando. Según el último recuento, se ha confirmado la muerte de más de 5.000 personas.

Malik vive en el pueblo de Al-Bab, en el norte de Siria, después de que su familia se viera desplazada del sur a causa de una guerra de una década librada por el régimen sirio y sus aliados.

"Francamente, nunca he sentido tanto miedo por mi vida como hoy", dijo Malik. "Llevamos 12 años en guerra pero, en todo ese tiempo, no he sentido lo que he sentido hoy en términos de miedo e impotencia".

"Al menos, los bombardeos no llegan de golpe", continúa. "Puedes predecirlo, o puedes oír aviones y ser capaz de esconderte en algún sitio. Durante los bombardeos sabes que estás en estado de guerra, y crees que Dios está contigo. Pero el terremoto en sí viene de Dios".

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Los pueblos cercanos a Al-Bab han corrido una suerte aún más trágica. "Fui a la ciudad de Jindires, en la campiña de Alepo", recuerda Malik.

"No exagero si digo que allí no queda ninguna casa en pie. Hay más de 100 edificios completamente derrumbados, cada uno con no menos de cuatro o cinco familias, así que hasta 15 familias por edificio."

"Hemos visto una destrucción incluso peor que la de la guerra", repite. "Barrios enteros han sido arrasados en dos minutos, como si alguien hubiera lanzado una bomba nuclear".

Las provincias del norte de Siria, donde aproximadamente el 60% de los 4,5 millones de sirios que viven allí son desplazados internos, ya es una zona vulnerable con una alta densidad de población y débiles infraestructuras.

Nueve de cada diez personas viven en la pobreza y hay una crisis de desnutrición, falta de agua, medicamentos inadecuados y un brote de cólera. Tras el terremoto, los pozos han quedado cubiertos de escombros y las panaderías han quedado destruidas.

Como la destrucción es tan vasta, los equipos de defensa civil están desbordados y no pueden recuperar ni cadáveres ni supervivientes de entre los escombros.

"En mi opinión, la defensa civil tendrá que recuperar cadáveres durante un mes y medio, el esfuerzo es lento y debilitado", dice Malik. "Oímos muchos gritos procedentes de debajo de los edificios, pero al cabo de cuatro horas estos sonidos desaparecen. Sólo han conseguido salvar al 10% de la gente".

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Aproximadamente al mismo tiempo que Malik y su familia escapaban de su apartamento, al otro lado de la frontera, en la ciudad de Killis, al sur de Turquía, Mustafa Otri sintió lo que pensó que era una explosión que emanaba de las profundidades de la tierra.

Salió apresuradamente de su cama y se refugió en una cancha de baloncesto cerrada, que se convertiría en refugio improvisado para las miles de personas que habían perdido sus hogares.

"Aquí hay calefacción y suministros básicos de emergencia como mantas, agua y algo de comida", nos cuenta desde el interior. "Hay pan, queso y verduras. Sin embargo, no hay medicinas".

Los campos de refugiados sirios sacudidos por un fuerte terremoto - Caricatura [Sabaaneh/Monitor de Oriente].

Aunque el terremoto ha causado una trágica destrucción en ambos países, la situación política en Siria está dificultando seriamente las labores de rescate. Malik estima que el equipo de defensa civil del norte de Siria no supera las 1.000 personas, mientras que la autoridad turca de gestión de catástrofes y emergencias ha afirmado que hay más de 24.000 personas participando en las operaciones de búsqueda y rescate allí.

Sheyar Khalil, cuya familia vive en Afrin, en el norte de Siria, afirma que aunque varias organizaciones quieren ayudar, simplemente no hay recursos adecuados ni rutas para llegar hasta ellas.

Los sirios ya estaban desesperados por recibir ayuda, y ahora lo están aún más, pero no hay libertad de movimiento ni acceso para su entrega. La frontera entre Turquía y el norte de Siria está fuertemente controlada, y las carreteras han sido destruidas por la guerra o están cubiertas por fuertes nevadas. Las vías de comunicación entre ambos países han quedado además bloqueadas por los escombros del terremoto.

Durante más de una década, el régimen sirio y sus aliados han atacado hospitales y personal médico, lo que ha devastado el sistema sanitario y ha creado más problemas de salud, como enfermedades provocadas por el consumo de agua contaminada en los campos de refugiados.

Antes del terremoto, los sirios del norte de Siria con graves problemas de salud cruzaban el paso fronterizo de Bab Al-Hawa y llegaban a Gaziantep, en Turquía, donde recibían tratamiento en un hospital estatal turco.

Sin embargo, la financiación de las organizaciones internacionales y los devastadores efectos de la pandemia de coronavirus hicieron que cada vez fuera menos frecuente. Ahora es aún más difícil, ya que los hospitales turcos están completamente desbordados.

Los meteorólogos han dicho que una tormenta de nieve se cierne sobre las provincias del norte de Siria. Mientras esperan a que llegue, cientos de personas siguen vivas bajo los escombros, mientras que otras se han reunido entre los olivos, en los campos abiertos, por temor a que se produzca un tercer terremoto. "Aquí reina el pánico entre mujeres, niños y hombres", afirma Sheyhar Khalil.

"La situación tras el terremoto es más que catastrófica", añade Malik. "La palabra catastrófico es simplemente insuficiente".

Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.

 

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MEMO Staff Writer

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